del que mienten que el bonito fue un primero.
Del que sólo logras dar si lo recibes,
del que no le pidas peras, si da “peros…”
Del que no se guarda para cuando no haya,
del que sabes de verdad si es verdadero.
Del que dice, si te vas, que no te vayas,
del que no tiene mitad porque es entero.
Del que obliga a los que escriben sobre él,
al dictado de ese “rayo que no cesa”
las palabras que rebosan sus tinteros...
Mi avariciosa voz no las encuentra, Miguel (*),
lo grita, lo sufre, lo confiesa...
Y de tu almendro de nata las requiero...
(*) Miguel Hernández
Jorge Galán
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